Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CRÓNICA DE LOS REINOS DE CHILE



Comentario

Capítulo XLVIII


Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia puso quince de a caballo sobre guarnición en la mar para mostrar el puerto a un navío que se esperaba y del suceso que en este tiempo acaeció en el alcanzamiento de los indios

Estando invernando el general con sus compañeros y reconociendo dos cosas, la una, que ya era tiempo que viniese por tierra de las provincias del Pirú el capitán que había enviado por socorro, y lo otro, que si socorro trajesen de más gente, había de venir por la mar; esta navegación de esta tierra es al contrario de la tierra de abajo, porque corren todos vientos, y en el invierno corre más el viento norte y en el verano viento sur, e no vienta otro viento. Para lo cual envió el general un caudillo con quince de a caballo, y que estuviesen en el puerto más cercano a esta ciudad, porque hay otros, y que tuviesen aviso si viesen algún navío, le hiciesen seña de lo alto con humo para que atinasen al puerto, porque viniendo y acaso no hallase quién los adiestrase al puerto, por ser a ellos incierto, correrían peligro por ser invierno. Mandó el general a estos compañeros que sembrasen e hiciesen sementeras, porque su principal intento era hacer sementeras y tener mucho bastimento, porque más temía la hambre, que no a los trabajos y peligros.

Despachados estos españoles para la mar, y viendo que los indios que estaban en los fuertes de los pormocaes no saldrían en invierno de sus casas, y viendo que el Anconcagua estaba cerca de la ciudad y que había allí mucha gente y que era la cabeza de esta tierra, y viendo que si este valle o la gente de él servía, servirían los demás, acordó el general a hacerles la guerra muy a salvo de los españoles y menos daño de los naturales.

Mandó apercebir veinte de a caballo y salió de la ciudad, y fue al valle de Anconcagua casi junto a la mar, y miró un sitio donde edificar una casa fuerte, para que estando allí gente de guarnición, sojuzgarían todo el valle, de suerte que forzasen a los naturales venir a servir. Con no dejarles asegurar, cobrarían temor sabiendo que los tienen cerca. Diose tanta priesa y maña que con aquellos compañeros y con el servicio de sus yanaconas y treinta indios, que andaban más en acecho que de voluntad, hizo adobes, tantos en cantidad, que hizo con ellos dos cuartos de casa y un cercado de treinta y cuatro adobes de alto. Andaba ya en víspera de acabar la obra, porque las casas no eran dobladas y no les faltaba más de ser cubiertas, [y] estando en su provechosa obra tuvo nueva cómo los naturales de toda la tierra con los pormocaes se ayuntaban para venir sobre la ciudad, y en sus términos arrancar todas las comidas que habían sembrado los españoles.

Sabida la nueva, partióse el general para la ciudad a poner remedio en ella, dejando por caudillo a Rodrigo de Quiroga. Dioles aviso que viviesen muy recatados y no descuidados, y que mirasen que la mayor parte iba por ellos, y dejóles al cacique Tanjalongo, señor de aquel sitio de la casa con la mitad de aquel valle hasta la mar, como arriba hemos dicho, porque teniéndole allí serían advertidos de los secretos de los indios, dándose buena maña, porque el cacique aseguraría sus indios, pues estaba en su tierra, y teniéndolo allí estaban seguros, que mirasen por él, no dándoselo a entender. Sabido por los indios de guerra que el general era venido y estaba en la ciudad, cesaron de su intención y no efectuaron su propósito, y estuviéronse quietos en sus fuertes. Pues viendo los otros que hacían la casa fuerte que el general era ido a la ciudad y que estaba ausente su temor, o por mejor decir, quien se lo causaba, acordaron servir mal y con cautelas y traiciones.

Reconociendo la obra que se les seguiría si aquella casa se acabase, ayuntáronse todos los del valle, ansí los indios de Tanjalongo como los de Michimalongo, y vinieron a la casa, pareciéndoles que viniendo derribarían por tierra todo lo edificado, o al de menos matarían a los cristianos. Juntáronse cuatro mil indios de Michimalongo y de Tanjalongo con algunos del valle de Mapocho, y vinieron el valle abajo de Anconcagua hasta una legua y media de la casa sin ser sentidos de los cristianos. Mas como Dios nuestro Señor es socorro de los desocorridos y amparo de los peregrinos y padre misericordioso de sus hijos, fue servido que estos españoles fuesen advertidos antes del mal que se les venía acercando.

Fue el caso que envió el caudillo dos de a caballo de la casa una mañana por el valle arriba, y fueles deparada una india, natural del valle del Mapocho que era mujer de un principal de aquel valle, la cual habló a un yanacona que llevaban, y le dijo cómo muy cerca estaban todos los indios del valle juntos en hábito de guerra, y que decían que pasados tres días habían de venir con rostro y muestra que venían a servir, trayendo sus armas secretas, a matar todos los cristianos y derribar la obra de la casa y librar y llevar a Tanjalongo su cacique. Y decían los indios que aquella casa para derribarla convenía echarle las acequias crecidas, y como no tenían cimiento caería en tierra, y con el agua mucha harían el campo cenagoso que los caballos atollasen, y que de esta suerte serían vencedores. Y dijo cómo habían oído tratar a los indios en sus ayuntamientos la orden que habían de tener en el acometer y por qué parte y cuándo y a qué hora, y que así lo habían oído cuando a su marido se lo decían.

E sabido todo esto por el caudillo que estaba en la obra de la fuerza y casa de los españoles, mandó apercebir a todos y poner en muy buen recaudo al cacique Tanjalongo. E luego despachó por la posta un español a hacer al general el suceso, y que proveyese de socorro con gran brevedad.

Sabido por el general, mandó apercibiesen quince de a caballo y encomendóselo a su maestre de campo Francisco de Villagran, y mandó que fuese con la mayor diligencia que ser pudiese y socorriese aquellos españoles, y que al entrar del valle tuviese gran aviso.

Cuando los quince españoles allegaron con el maestre de campo Francisco de Villagran a la casa, tenían los indios sus espías puestas sobre el valle que divisan a los españoles la entrada del valle. Estas espías los vieron a los dieciséis de a caballo y ayuntáronse con los demás. Y vistos y contados por las espías, dieron aviso a sus capitanes y gente de guerra en cómo había venido socorro. Temiéronse y dejaron la jornada. ¡Cosa harto admirable que cuatro mil hombres de guerra con grandes ardides y estando en su tierra teme a treinta hombres de a caballo!

Salidos del valle hicieron todo el daño que pudieron en la sementera que los españoles tenían hecho. Se pasaron a un llano apartados de la casa cuatro leguas, donde litigaron los indios de guerra tanto sobre el caso acaecido, que vinieron a desbaratarse unos a otros, más con las armas que con las palabras. Esto se supo por indios que después tomaron.

Otro día que el maestre de campo llegó, mandó salir seis de a caballo de la casa a correr el campo, porque tenían que aquel día habían de dar los indios en los españoles. Salidos los seis de a caballo allegaron a donde el real de los indios había estado y hallaron un escuadroncillo de gente, y dieron los españoles con ellos y mataron algunos y prendieron. Y éstos trajeron a la casa fuerte, de los cuales se informaron el maestre de campo de todo el suceso, e hizo de ellos justicia por hallarlos culpados.

Cada día corrían el valle los cristianos y mataban a los que se defendían y prendían a los demás, a los cuales enviaba por mensajeros a la gente de guerra. De esta suerte se les hacía la guerra, habiendo los indios rompido la paz.